Javier Andreu, profesor titular de Historia Antigua de la UNED, responde a una pregunta sobre el elevado número de epitafios que puede verse en Roma`: Los romanos no sabían leer en silencio, por tanto, los nombres de los difuntos enterrados en un determinado cementerio eran casi cotidianamente pronunciados por los viandantes que pasaban por allí. Eso los mantenía «vivos» y evitaba esa «muerte» por el olvido tan temida por el mundo romano. El honor y la dignidad eran mucho más importantes que la vida en sí. El buen nombre, el respeto que se le tiene a uno en la sociedad. No importaba tanto morir, como morir bien, morir dignamente. Los romanos ponían en práctica como nadie aquél dicho de «Uno es lo que los demás piensan que es». Hoy día, donde la población general tenemos un culto a la imagen propia jamás visto, donde esa idea de que el hecho de que te importe lo que piensan los demás de ti es interpretado como un signo de debilidad, llama la atención cómo en los tiempos de la Antigua Roma era un signo de fortaleza. La cultura provee de unos marcos que hacen que lo mismo sea diferente y viceversa, sin que el individuo sea consciente de ello y piense que las relaciones son unidireccionales y en un sólo sentido: el que conoce.