La autora cree que:
– Un niño al nacer sabe en lo profundo de sí mismo que su razón de haberse encarnado es la de ser él mismo al vivir diferentes experiencias.
– El alma ha elegido a la familia y el medio ambiente con una finalidad precisa: vivir las experiencias una y otra vez, hasta que podamos aceptarlas y amarnos a través de ellas.
– Si no hay aceptación de la experiencia, es decir, enjuiciamos, culpamos, tememos, lamentamos, etc., provocamos una atracción de circunstancias y personas para revivir la experiencia dolorosa. Hay quienes repiten la experiencia varias veces en la vida y algunos deben repetir hasta la misma encarnación, a fin de aceptarla completamente.
– Esta atracción magnética y sus objetivos están determinados, por una parte, por aquello que todavía no has logrado vivir en el amor y la aceptación en tus vidas anteriores y, por la otra, por lo que tus futuros padres deben poner en orden, a través de un niño como tú. Esto explica que los padres y los niños suelan tener las mismas heridas que curar.
¿Qué significa aceptar la experiencia?
No significa que estemos de acuerdo con ella. Se trata de experimentar y aprender de lo que vivimos. Aprender a reconocer lo que nos es benéfico y lo que no lo es. el único medio para lograrlo es adquiriendo conciencia de las consecuencias que trae consigo la experiencia.
Cuando se percata de que una experiencia produce consecuencias perjudiciales, en lugar de reprocharse a sí mismo o a alguien más, simplemente debe aceptar el haberlo elegido, aunque haya sido inconscientemente, para caer en la cuenta de que no fue una decisión inteligente.
Debes concederte el derecho de cometer varias veces los mismos errores, o de vivir una y otra vez la experiencia desagradable, antes de tener la voluntad y el valor para transformarte.
¿Por qué no lo comprendemos desde un principio?
Porque el ego, sostenido por nuestras creencias, nos impide ser lo que deseamos ser. Cuando más perjudiciales sean las creencias, más tratamos de ocultarlas. Incluso llegamos a pensar que nos nos pertenecen. Nuestra alma podrá alcanzar la felicidad plena cuando nuestro cuerpo mental, emocional y físico esté atento a nuestro Dios interior.
Es diferente aceptar la experiencia y aceptarse a sí mismo.
La experiencia se acepta por ejemplo, cuando una niña le concede el derecho a su padre de haber deseado un varón y de haberla rechazado.
Aceptarse a sí misma consiste, en cambio, en darse el derecho de reprochar a su padre y perdonarse por el resentimiento.
No deben subsistir juicios hacia ella o hacia el padre, sólo compasión y comprensión por las partes que sufren en ambos.
El ego trata de engañarnos cuando decimos, «comprendo que el otro actuara así», pero no hay una contemplación y un perdón. No nos concedemos el derecho de resentirnos por un tiempo.
La aceptación de sí mismo es aún más difícil porque el ego no desea admitir que todas las experiencias difíciles que vivimos tienen como finalidad única mostrarnos que nosotros mismos actuamos de igual manera con los demás. ¿Has comprobado que cuando acusas a alguien de algo, esa misma persona te acusa de lo mismo? Esa es la razón por la cual es tan importante aprender a conocernos y a aceptarnos en la mayor medida posible. Es lo que nos brinda la seguridad de que cada vez viviremos menos situaciones de sufrimiento.
Tu alma desea que te aceptes junto con tus experiencias, tus defectos, tus fuerzas, tus debilidades, tus deseos, tu personalidad, etc. Sin embargo, poco después de nacer, nos damos cuenta de que cuando nos atrevemos a ser nosotros mismos, alteramos el mundo de los adultos o el de los que están cerca de nosotros. Y deducimos de ello que no hes bueno ni correcto ser naturales. Este doloroso descubrimiento provoca, sobre todo en el niño, crisis de ira, las cuales llegan a ser tan frecuentes que creemos que son normales. El niño que actúa naturalmente, que es equilibrado y que tiene el derecho a ser él mismo, no pasa por este tipo de crisis. Por desgracia, este tipo de niño casi no existe.
La mayoría de los niños pasan por las siguientes cuatro etapas. Después de conocer la alegría de ser él mismo en la primera etapa de su existencia, conoce el dolor de no tener el derecho de ser él mismo, que es la segunda etapa. Llega en seguida el periodo de crisis, de rebeldía, que es la tercera etapa. Con objeto de reducir el dolor, el niño se resigna y termina por crearse una nueva personalidad para transformarse en lo que los demás quieren que sea. Algunas personas permanecen en esta etapa durante toda su vida, es decir, reaccionan continuamente, están enojados o en permanente situación de crisis.
En la tercera y cuarta etapa es cuando creamos numerosas máscaras (nuevas personalidades) que sirven para protegernos contra el sufrimiento que vivimos en el transcurso de la segunda etapa. Estas defensas son cinco, y corresponden también a cinco grandes heridas fundamentales que vive el ser humano.
«Todos los sufrimientos del ser humano pueden resumirse en cinco heridas». Helas aquí en orden cronológico: Rechazo, Abandono, Humillación, Traición e Injusticia. En forma de acróstico sería TRAHI (del francés, traicionado). El recurso de la máscara es la consecuencia de desear ocultar a otros y a nosotros mismos, lo que aún no hemos podido poner en orden. Cada herida tiene su máscara: para el Rechazo, el Huidizo; para el Abandono, el Dependiente; para la Humillación, el Masoquista; para la Traición, el Controlador; para la Injusticia, el Rígido.
La importancia de la máscara está en función del tamaño de la herida. Una máscara representa un tipo de persona con un carácter propio, creencias que influyen en la actitud interior y en el comportamiento.
Cada vez que nos sentimos heridos el ego busca culpables y acusa, sean los otros o uno mismo, cuando en realidad esto es falso, porque no hay culpables sólo personas que sufren. Mientras más acuso más se repite la herida. La acusación provoca más desdicha; en cambio, la mirada de compasión a la parte humana que sufre, los sucesos, las situaciones y las personas comienzan a transformarse.
Las máscaras que creamos para protegernos son visibles en la morfología de una persona y en su apariencia. El cuerpo es tan inteligente que siempre encuentra el medio para mostrarnos lo que debemos poner en orden. En realidad, es nuestro Dios interior el que lo utiliza para hablarnos.
Lise Bourbeau
Las 5 heridas que impiden ser uno mismo
Fuente: Gestalt Terapia