«Hace frío aquí» Noviembre 2011
Algunos corazones se congelan por miedo a sentir y a lo que viene después de sentir. Sin ser muy conscientes, se embarcan a veces en relaciones destinadas a morir pronto. Son corazones que albergan cuartos secretos. Todos los corazones los tienen, supongo.
Él también congeló su corazón. Y con ello su cuerpo se contrajo desde hace años, para contener todo el amor y la rabia que era capaz de expresar si se abandonaba a lo que sentía.
Contenerse, contraerse, ¿para qué? Para no fallar, para no equivocarse y sentirse humillado. Congelado para no amar porque cree que no lo merece. Congelado y misterioso. Las personas que no se saben amar no quieren compartir su historia, porque la creen terrible.
Congelado, retenido y sobrio por fuera. Hirviendo de emoción por dentro. Mordaz, para parecer vivo o alegre. Ocurrente, agudo, gracioso, que parezca que eres único, y que estás bien, que controlas tu vida, que sabes donde pisas. Sacas tu diablo interno a base de lenguaje afilado. Pones tu atinada visión en los asuntos de afuera, los comentas, que se note que eres alguien con criterio, que se te vea algo de actividad.
Y al mismo tiempo te sabes poco hábil para resolver tu vida. Tan penetrante como eres hacia afuera, dejas de serlo hacia adentro. No estás a tu servicio.
Esperas a que un día todo se arregle, haces y haces todo esto para estar mejor, pero no avanzas ni un palmo. Crees que lo vas a resolver, un día de estos lo conseguirás.
Cuando consigas salir de tu ciénaga, sabes que serás un triunfador. Tu plan es llegar a conseguirlo tú solo, y en privado, donde no haya miradas ajenas que te devuelvan conciencia de fracaso, donde no puedas “molestar” a nadie con tus cosas. Cuando lo hagas, saldrás triunfante ante el mundo, y entonces todos lo sabrán. Aún mejor que eso, si tu plan funciona, ellos no notarán casi nada, verán pequeños cambios externos, que sumados a tu imagen aguda, resuelta y sobria, harán saber al público que, por fin, has remontado el vuelo.
Si por el camino algo o alguien te conmueve, o incluso si te enamoras un poco, cuidado. Ignora lo que sientes, apágalo, ahógalo, no sea que te desmonte la «paraeta». Nunca profundices, y mucho menos, lo converses.
La ternura, bien lejos. ¿Se te escapa una mirada amorosa, un regalo sincero, ganas de contactar o una expresión de interés?
Eso se arregla congelando, retirándote lejos y retirando el contacto. Sabes que al tiempo, tanto tu ternura como la persona que se interesó por ti, se apagarán. La ternura y estos sentimientos son para cuando lo tengas todo arreglado, ahora no hay espacio para eso.
¿La otra persona? No te has parado a pensar en cómo estará ella. Supones que hará con sus emociones como haces tú: se congelará o ya se apañará ella solita.
No es asunto tuyo, bastante tienes con arreglarte a ti. Si de todas maneras es mejor que te tenga lejos, porque sabes que en el fondo no eres bueno…
Desde tu mente congelada quieres creer que no le has podido hacer tanto daño, total fueron palabras, acciones, miradas, besos, caricias… nada que no se pueda adormecer haciendo el esfuerzo conveniente, como haces tú.
Y los años pasan, y la penitencia continua. ¿Hasta cuándo?
No lo sé, te deseo suerte, de todo corazón, aún queriendo verte feliz de veras, no me voy a quedar a esperar. Hace demasiado frío aquí.
(C) Cristina Abellán Pérez
Fuente: Gestalt y Vida