Por Pilar Alberdi
«La facultad de resistir confiere emotividad al periplo del héroe» decía el dramaturgo David Mamet.
La vida está llena de pequeñas heroicidades. No las vemos o sí, pero están ahí. No sé hasta qué punto las valoramos ni si las valoramos. Vivimos encorsetados en moldes sociales, y aunque tengamos la suerte de no estar en medio de una guerra, se sobrevive al acoso de los demás (bulling, acoso escolar, sexual…), al paro, a la publicidad, a las crisis económicas o políticas, al propio devenir, a las crisis familiares y personales.
Y en todas estas facetas, la responsabilidad cobra un papel fundamental, a veces, más fuerte que el amor. Así me lo parece. No sólo es que uno quiera ser feliz, sino que pone empeño en ser feliz. Ahí está siempre la clave. El que quiere ser feliz siempre tiene reservas para seguir siéndolo, siempre encuentra un modo de conformarse, alegrarse y ser agradecido; siempre intenta ver el lado positivo; y lo mejor es que, además, enseña, lega este modo de ser a los que tiene cerca. Y si me permiten poner un ejemplo, les diré lo que varios estudios han demostrado, que los dibujos de los niños que están en una guerra no muestran armas, ni bombas, ni desolación (esto lo muestran los dibujos de los niños que no están en una guerra y solo tienen una idea de lo que es), los niños que están en una guerra dibujan cosas bonitas, cosas que responden a una vida feliz (niños jugando, flores y animales, comida). Se puede llamar a eso «instinto de supervivencia», pero visto sencillamente es deseo de vivir lo bueno que la vida tiene.
Suenan los despertadores y cada cual va a sus obligaciones. Las personas adultas siguen formando familias y cuidando de sus hijos. Se preocupan por sus mayores. Sí, es verdad que hay mucho malo para ver, pero también tanto bueno… Ayer releyendo a Schopenhauer en una de sus frases decía para qué este repetirse del hombre, si a fin de cuentas los siguientes aprenden casi lo mismo que los anteriores, llevan unas vidas parecidas aunque con diferencias según las épocas… Yo aprecio a Schopenhauer como aprecio a otros pensadores, aunque algunas veces discrepe de sus pensamientos, que eso es lo bueno de la lectura, de ese regalo que nos dan otros con su experiencia, de ese diálogo abierto marcado línea a línea entre párrafos. Pero la verdad es que siempre encuentro razones para amar la vida, porque pienso que la vida de los que vendrán no es igual a la mía, es más importante que la mía, porque miro con admiración a las generaciones futuras.
Sí, me parece heroico este continuo aprender para mejorarnos como personas. Y me parece aún más heroico saber que no controlamos casi nada, ni siquiera el futuro, y que aún tenemos voluntad para seguir adelante. Quizá nada ha cambiado tanto como decía Schopenhauer, quizá en algo tenía razón, no somos tan distintos de los anteriores, es verdad, pero al menos miramos al infinito y tenemos explicaciones que nos hacen más fácil poder entender este universo, y ya no nos asustamos como los antiguos al ver un eclipse, sino que escuchamos con atención palabras que hablan de ir al espacio y de llegar a Marte, y aún más allá… Sueños de una humanidad de la que todos formamos parte y de un destino que asumimos de un modo heroico, no tengo dudas.
Fuente: PSICOLOGÍA.