Una de las preguntas más frecuentes que escucho después de contestar a qué me dedico es «¿Qué es eso de coach?» Este fin de semana, en un evento y rodeada de varias personas, alguien me volvió a hacer la misma pregunta, «Bueno, pero ¿qué hace realmente una coach?».
Leyendo los periódicos del día de varios países, tomo cada vez más conciencia de algo preocupante para nosotros como comunidad de humanos: estamos viviendo una verdadera epidemia de obediencia en nuestras organizaciones escolares, laborales, políticas, y sociales (esta última incluye a la familia). Y no me refiero tanto a la obediencia en cuanto a nuestras acciones externas, sino a la del movimiento interno, del pensamiento.
Para empezar, raramente fomentamos el libre desarrollo del pensamiento en nuestros niños y niñas, quienes asisten a la escuela a ser «instruidos» en el pensamiento ajeno. Y cuando se desmarcan de lo establecido (tanto en casa como fuera) les tachamos de irrespetuosos, rebeldes e impertinentes. Cuando, en mi trabajo con personas jóvenes pregunto «Pero, ¿y tú qué piensas?», me hablan con pensamiento prestado o se turban, hay una confusión inicial hasta que entre ambos generamos el entorno en el que puedan pensar por sí mismos con plena aceptación, y adquirir mayor claridad y conciencia de su situación. Esto les permite mejorar espontáneamente sus acciones y sus conductas, sin el estrés de atenerse a estrategias y pautas marcadas por mí como «agente-externo-sabelotodo». ¿Qué mejor legado que confiar en la Sabiduría Interna e Innata de nuestras personas jóvenes?
Más adelante, en nuestro quehacer profesional, sucede algo similar. Aunque me las he encontrado, son pocas las organizaciones que fomentan la aportación de ideas por parte de sus «recursos» humanos. Hay organizaciones que incluso sabotean el pensamiento individual, ignorando ideas geniales que permitirían el progreso, la transformación y el avance de las mismas, por el mero hecho de ser un pensamiento individual que no surgió de la punta superior de una pirámide. En un curso de formación reciente que di a un grupo de gestores, uno de ellos preguntaba, con profundo acierto, «¿Por qué nosotros aprendemos de nuestros líderes, pero ellos no quieren aprender de nosotros?» Estos gestores tenían claves importantes para el cambio en su organización, claves para transformar una situación de crisis en una situación de progreso y de evolución positiva pero, claro, pensar por sí mismos era un acto de transgresión hacia la cúpula.
Y así sucesivamente, no importa el entorno. ¡Cuantás veces he escuchado a mis clientes decir «Es que mi jefe me dice que…», «Es que mi psicóloga me dice que …», «Es que mi pareja me dice …» Y yo pregunto «¿Y tú, qué piensas?» Porque, por muy buenas intenciones que tengamos, por muy decididas nuestras acciones, por muy arriesgados los pasos que demos, estos sólo serán tan buenos como la calidad del pensamiento que los preceda. Para mejorar la calidad de nuestras acciones y de nuestros resultados, necesitamos optimizar nuestra capacidad de pensar.
Pensar por nosotros mismos es un acto infrecuente, por mucho que creamos lo contrario, y eso que es precisamente del pensamiento atípico de donde viene todo progreso. La crisis a la que nos enfrentamos hoy no es realmente una crisis política o financiera, es una crisis de pensamiento, de obediencia a un pensamiento ajeno que dice que lo correcto es pensar y hacer como la mayoría, que lo correcto es tener tu propia casa e hipotecarte hasta los huesos, cuando estarías más libre viviendo de alquiler, que lo correcto es tener un trabajo por cuenta ajena o unirte a las filas del funcionariado, cuando tú tienes un ingenio especial e ideas ingeniosas que, puestas al servicio de otras personas, te permitirían desarrollarte como profesional libre y autónomo y por fin disfrutar de tu quehacer profesional, que lo correcto es tener tu propio coche, cuando podrías perfectamente disfrutar del transporte poúblico y alquilar un coche cuando verdaderamente lo necesitaras, que lo correcto es medicar a tu hijo o hija por hiperactividad, cuando lo que necesitan es otro tipo de atención familiar y escolar… y así sucesivamente.
Finalmente respondí a la pregunta. «Ayudo a personas en sus diferentes entornos a pensar por sí mismas», dije. Y ese es mi cometido como miembro de la comunidad humana. Invierto pirámides, para que el ápice de autoridad resida en la persona que tengo delante, para que el miedo deje de restringir su capacidad innata para pensar por sí misma, y para que genere respuestas a sus problemas que surjan de su Sabiduría Interna. En esta sociedad, mayoritariamente obediente y servil, es hora de confiar en nuestra infinita capacidad de generar nuestro propio pensamiento.
Gracias por tu Compañía.
Y mucha Luz en tu Camino.