En ocasiones puede surgir una necesidad de soltar algo, de dejar ir , de no quedarse amarrado a asuntos que llevan demasiado tiempo con nosotros, al hábito de la tortura de no perdonarse o de culparse ante los sucesos (en ocasiones naturales del transcurso la vida, otras de los errores del dia a día…). Si esa es tu necesidad en estos momentos, quizá este poema pueda ayudarte a reflexionar sobre tu rencor, el odio, el perdón, qué necesitas, cómo te sientes con lo que estás viviendo, si ha llegado tu momento de perdonar o hay gestalts abiertas sobre algún tema personal en concreto…
Te dejo con el poema, y el camino que para ti se abra (o puede que todo lo contrario: comience a cerrarse) con su lectura.
Me doy permiso no sólo para
perdonar a otras personas
sino también –y especialmente-
para sentir que soy perdonado
y para perdonarme yo mismo
mis equivocaciones.
Todos cometemos errores
infinidad de veces y,
en muchas ocasiones,
nos cuesta aceptar que los otros
yo no tienen en cuenta
nuestro error pasado
y que lo pasado, pasado está.
No nos permitimos aceptar
el perdón porque de esa manera
continuamos automartirizándonos
y dándonos importancia:
es una forma de hinchar nuestro ego
que nos cuesta realmente cara
ya que el autoodio y el autodesprecio
nos minan la salud, la energía,
la autoestima.
El autodesprecio boicotea
nuestras mejores posibilidades.
Decido relativizar
las cosas y las situaciones,
aceptarme como un ser no perfecto
y aceptar a los otros
con sus imperfecciones.
Perdono y olvido
-me quito cargas de encima-
y acepto el perdón
y el olvido de los otros
respecto a mis errores.
Dado el ideal de perfección en el que
fuimos educados, y dada la imposibilidad de cualquier ser humano
para alcanzar un ideal tan exigente,
no existe un anhelo mayor
-más circulante en nuestras arterias
y más instalado en nuestros huesos-
que el perdonar y ser perdonados.
Cuando mantenemos el resentimiento
¿a quién estamos negando
el perdón realmente?:
¡a nosotros mismos!.
Es a nosotros a quién
no perdonamos porque no somos
capaces de asumir que, en algún
momento de nuestra vida, no fuimos
suficientemente fuertes o inteligentes
para impedir que nos hicieran daño.
Estamos irritados contra
nosotros mismos.
En consecuencia: perdonar
es sobre todo perdonarnos.
Aceptar el perdón y entregarlo
es aligerarnos la vida,
dejar de autoamargarnos
y autoreprocharnos;
es aceptar que todos
-¡también nosotros!-
Merecemos una, dos, tres, cien
oportunidades más.
¿Perdón?: para todos.
Para mí, para ti compañero
o compañera de humanidad
que has coincidido conmigo
en este tiempo y en este
espacio del cosmos.
No más condenas.
Poema del libro «Me doy permiso para …» de Joaquín Argente
Fuente: CENTRO PSICOLOGÍA GESTALT