Muchos de nosotros sabemos que somos en gran parte un reflejo de nuestra niñez. Tú eres parte de la niñez que tus padres te dieron; tus hijos e hijas son también un reflejo de la niñez que tú y tu pareja les brindaron; y los hijos de tus hijos, serán de igual forma, reflejo de la niñez que sus padres les brinden.
Tus hijos son un reflejo de tí y sus emociones y reacciones actuales no son parte de su personalidad, sino de su emocionalidad, algo que es propio de los niños y de muchos adultos, pues reflejan de forma subconsciente reacciones ante hechos, algo que no tienen control de ellos hasta que un buen día se hagan conscientes.
Pero… ¿Cómo sucede esto en nuestra mente?… Veamos:
Al nacer venimos al mundo con la amígdala, esa parte del cerebro que registra nuestra memoria emocional, totalmente desarrollada. Por el contrario, la corteza, parte encargada de nuestra memoria racional consciente, es incipiente y se va construyendo poco a poco. Por ello, si un niño pasa momentos difíciles que generan emociones fuertes, estas emociones son registradas en la memoria emocional pero no en la memoria racional. En otras palabras, las sensaciones derivadas de los momentos difíciles de la niñez están grabadas en una memoria emocional de la cual no somos conscientes. A esta memoria se le denomina técnicamente «memoria subconsciente» y tiene la particularidad, para nuestra desgracia, de que es atemporal; es decir, la recordamos como si fuera ayer. Cargamos de por vida con nosotros un conjunto de emociones fuertes de las cuales no somos conscientes.
Cuando sufrimos o somos maltratados en nuestra infancia, tenemos la memoria subconsciente llena de emociones destructivas. Por la naturaleza del cerebro, estas emociones las cargamos toda la vida. Lo peor de todo es que se manifiestan en nuestro presente, pero no nos damos cuenta. Las emociones destructivas sabotean nuestras relaciones interpersonales, nuestra seguridad y nuestra sensación de valor personal, impidiéndonos muchas veces lograr la felicidad. Por ejemplo, piensa en una persona que sufrió maltratos durante su niñez, que cuando se equivocaba le gritaban y la violentaban. Si a esta persona le encargan el cumplimiento de una meta que le resulta difícil de lograr, empezará a tener un diálogo interno destructivo. Se sentirá inútil, tonta e infeliz. Se molestará consigo misma, sentirá que todo es su culpa. Los mismos sentimientos que experimentaba durante su infancia los proyectará en la situación del presente.
Es muy probable que muchos de nosotros hayamos vivido situaciones atemorizantes y difíciles en nustra infancia, entendamos entonces que los procesos y las circunstancias que han pasado, irremediablemente han dejado su huella.
Por ello, es muy importante para el bienestar de todos que iniciemos o sigamos un proceso de autoconocimiento y de crecimiento, ya que si nuestros hijos son el reflejo de nosotros mismos, es entonces el momento de permear nuestro ser para que salgan a flote las tantas cosas bellas y positivas que yacen en nuestros corazones y aprovechar la etapa de absorción de nuestros hijos para que perciban desde la propia raíz. la imagen que les dará la oportunidad de ser mejores hijos, mejores adultos y mejores padres en el futuro.
Les dejo con esta reflexión del escritor justo Serna, haciendo referencia a sus reacciones por lo escrito por Ivan Turgeniév en su obra «Padres e Hijos» y por el libro «Léxico Familar», de Natalia Ginzburg:
«Hay una parte de nuestras vidas que consumimos reafirmándonos contra el tronco precisamente familiar, hijos contra padres, hijos que se aúpan contra la evidencia de las cosas recibidas, del mundo heredado. Tenemos derecho a oponernos a ese mundo heredado, rehaciéndonos en la individualidad, inventando unos referentes que serán propios. Hacemos eso y luego resulta, como dice Natalia Ginzburg, que hay un lenguaje del que no podemos desprendernos, un lenguaje al que se asocian imágenes que se verbalizaron y que ahora regresan, estemos donde estemos. “Cuando nos vemos, podemos estar indiferentes o distraídos el uno con el otro, pero basta que uno de nosotros diga una palabra, una frase, una de aquellas antiguas frases que hemos oído y repetido infinidad de veces en nuestra infancia”, añade, “para volver a recuperar de pronto nuestra antigua relación y nuestra infancia y juventud”. Para bien y para mal. Cada uno de nosotros puede aspirar a ser distinto, a alejarse de ese léxico familiar que hemos aprendido en innumerables conversaciones y momentos, y justo en un instante un hecho singular y probablemente banal nos hace remontarnos a pasados que creíamos desaparecidos y que juzgábamos superados».
Piensa y reflexiona…