Moralidad y algo más, capítulo 4

Capítulo 4. La consciencia transmoral.
El concepto de consciencia es una creación del espíritu griego y romano.
La palabra básica, «syneidnai» (conocer con uno mismo, «ser testigo de uno mismo»). Describe el acto de observarse a sí mismo, y muy a menudo de juzgarse a sí mismo. El lenguaje romano, siguiendo la tradición popular griega, unió los énfasis teóricos y prácticos con el ético y la interpretación como el juicio con que uno mismo se juzga, tanto acusándose como defendiéndose. (En castellano consciencia denota tanto el aspecto teórico como el práctico aunque se ha intentado distinguirlos mediante la «s» intermedia).
Desde que el yo personal y la consciencia crecen en mutua dependencia, y desde que el yo se descubre en la experiencia de su división entre lo que es y lo que debiera ser, resulta evidente cuál es el carácter básico de la consciencia: la de pecado.
En el Nuevo Testamento la consciencia posee significación religiosa sólod e manera indirecta. Su significado primordial es ético. No se considera que sea una cualidad especial de los cristianos sino un elemento de la naturaleza humana en general.
La consciencia da testimonio de la ley pero no contiene la ley. La consciencia es la guía ha seguir aun cuando pudiera estar errada. San Pablo habla de «consciencia débil».
En el escolasticismo se planteó la pregunta: ¿Según cuáles normas juzga la consciencia y cómo la consciencia las reconoce? La respuesta fue dada en términos de la palabra «synteresis», es decir, una perfección de nuestra razón que nos conduce al reconocimiento de lo bueno. Posee una evidencia inmediata e infalible, siendo una chispa de luz divina en nosotros.
Los principios básicos dados por la synteresis son:
1 El bien debe ser hecho, debe evitarse el mal.
2 Todo ser debe vivir según su naturaleza.
3 Todo ser aspira a la felicidad.
La consciencia es el juicio práctico que aplica estos principios a las situaciones concretas.
Los jesuitas eliminaron la synteresis y con ello, todo contacto directo entre Dios y el ser humano, haciéndolo dependiente de la autoridad de la Iglesia.
La idea franciscana de «consciencia» es la del conocimiento inmediato de la ley natural en la profundidad del alma humana.
Esta tradición se transformó con el denominado «misticismo alemán» que enfatiza la presencia de una chispa divina en el alma humana, y los «entusiastas espiritualistas» que despertó la Reforma, con su énfasis en la posesión individual del Espíritu Santo.
Tomás Muenzer y sus seguidores sectarios enseñaron que el Espíritu divino nos habla en la profundidad de nuestra alma individual. No somos nosotros los que nos hablamos, sino Dios que nos habla, en nosotros. Identificaron la consciencia con la voz divina.
– Las interpretaciones filosóficas modernas de la consciencia siguen tres líneas principales:
Una línea emocional-estética, una línea abstracta formalista, y una línea racional-idealista. Secularizando la creencia sectaria en el poder revelador de la consciencia, Shaftesbury la interpreta como la reacción emocional frente a la armonía entre la relación de uno consigo mismo y la relación con los demás, en todos los seres y en el universo en general.
La interpretación emocional-armonística de la consciencia ha llevado a la sustitución de los principios éticos por principios estéticos, el buen gusto, etc.
El segundo método, el abstracto formalista, formulado por Kant, quiere separarse del relativismo emocional -miedo, placer- como motivación moral, y contra toda autoridad, humana o divina. Pero al hacerlo terminó en un formalismo total. La consciencia es consciencia del imperativo categórico, pero no es consciencia de un contenido particular. Es el conocimiento del deber en sí.
Contra la forma estética y la autoritaria, la teoría del sentido común de Thomas Reid, dice que el sentido moral es común a todos, siendo una dote natural del homber (como la synteresis de los escolásticos).
El espíritu del catolicismo ha recibido una nueva expresión de Max Scheller en su doctrina de la consciencia. Se opone a la concepción popular de la consciencia como «voz de Dios». De esta manera se crearía un caos. Scheller exige una sujeción a la autoridad como única fórmula de llegar a experimentar la evidencia intuitiva de los principios morales.
Podemos decir que la experiencia ética («existencial») es diferente de la experiencia teórica («intelectual»). Aun cuando esta interpretación se ajusta del todo a la situación del católico, no significa el establecimiento de una autoridad exterior.
«Toda autoridad se preocupa solamente del bien que es universalmente evidente, nunca con lo que es evidente para el individuo».
Puede decirse que una consciencia es transmoral si juzga no en obediencia a la ley moral, sino según su participación en una esfera que trasciende la esfera de los mandamientos morales.
Para Heidegger «el llamado de la consciencia posee el carácter de una exigencia a que el ser humano actualice sus genuinas potencialidades, y esto equivale a una llamada a convertirse en culpable».
Paul Tillich

Fuente: Gestalt Terapia

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