Me gustan las competiciones deportivas de alto nivel, tanto grupales como el Mundial de Fútbol o de baloncesto, como individuales, como los torneos de tenis de Grand Slam como Roland Garros.
Es en estos momentos donde sale lo mejor, o lo peor, de cada uno. Son momentos clave, y si observamos bien el desarrollo de las competiciones podemos observar la enorme importancia que los factores psicológicos tienen. De hecho suelen tener más importancia que los factores puramente técnicos, ya que todos aquellos que llegan a estos campeonatos suelen ser de la élite (al menos en las últimas rondas) y la batalla se juega, sobre todo, a nivel mental.
Ahora estoy algo enganchado al Mundial de Sudáfrica, ya que es interesantísimo presenciar las erráticas evoluciones de equipos, técnicamente muy poderosos, que sucumben (o no saben ganar) por factores psicológicos (presión, agarrotamiento, desgana, dejadez, falta de motivación, rebeldía y un largo etcétera de resistencias egoicas) ante equipos de una menor entidad técnica que sin embargo juegan como un bloque y mantienen una actitud mental más sana.
Uno de los ejemplos más claros de grupo con problemas es el de Francia. Una selección, cabeza del grupo, que a priori no debería tener mayores problemas para pasar a la siguiente fase, ha quedado la última marcando un único gol – que no sirvió para nada – en tres partidos. Tras empatar el primero y perder el segundo, hubo un conato de rebeldía por parte de los jugadores contra el entrenador. El entrenador expulsó a uno de esos jugadores(para más inri, a una de sus estrellas, Nicolas Anelka), lo cual desató todavía más iras en el vestuario, teniendo incluso una huelga de jugadores que no entrenaron un día, y otro que se negó a jugar el siguiente partido. La rebeldía es un tema muy francés, si echamos un ojo a su historia… diríamos que es el país más 4 que existe (individualista, artista, búsqueda de un camino único, etc.)
Por otro lado tenemos a dos selecciones que tradicionalmente pecan de no saber soportar la presión de los grandes acontecimientos: Inglaterra y España. Los segundos partían, además, como favoritos para ganar esta cita según las casas de apuestas (verdadero medidor del favoritismo ya que ahí la gente opina con su dinero, no como los periodistas).
Inglaterra lleva dos empates de dos partidos y está obligada a ganar el tercero para pasar de ronda; España ha ganado uno sólo así que lo mismo le ocurre a España. El juego de Inglaterra es feo, tosco, soso, sin ganas, pasión o energía, lento y pastoso, nada que ver con el fútbol de la Premier League. No están haciendo su juego, y esto es por motivos psicológicos. El juego de España es, sin embargo, todo lo contrario: excesivamente barroco, pecando de un ánimo de agradar, de convencer, de perfeccionismo, de disipar dudas… ¿qué dudas trata uno de disipar? Pues las que España tiene internamente consigo misma. Por un complejo histórico de inferioridad, España se mira en los espejos externos para construir su identidad. Cuidado, porque lo mejor es enemigo de lo bueno.
Italia, como siempre, juega al límite. Juega siempre a no perder, hasta el punto en el cual necesite ganar. La actual campeona del mundo lleva dos empates de dos partidos, por lo cual también está obligada a ganar. Pero Italia es un caso aparte: estos comienzos de campeonato son los típicos en Italia. Llegó a ganar el Mundial de España 82 sin haber ganado ningún partido en la primera fase (tres empates). La fuerza de Italia está en las eliminatorias, ya que ahí, si no pierdes, entonces ganas (sólo puede pasar uno – prórroga o si no penalties). La fe suele conducir a Italia, con un juego feo, ganando siempre por la mínima, especulando siempre con el resultado, bastante lejos. Por lo que esto no es raro.
Argentina (mi favorita para este mundial) también tiene el problema de España e Inglaterra tradicionalmente. Sin embargo, hay un tema espiritual que es diferente en esta ocasión. Argentina se mueve a golpe de corazón, de fe, de creencia. El ego de un argentino no cabe en su casa, por lo cual, para sentirse en unidad, necesitan la fe ciega, absoluta. En el pasado, el catalizador de esta fe fue Diego Armando Maradona, o como le llaman en Argentina, Dios. Resulta que ahora se sienta en el banquillo como entrenador de la selección. Y por otro lado, tienen al mejor jugador del mundo, Leo Messi, un hombre humilde, sencillo, muy trabajador. Una especie de Maradona redivivo. La conjunción de estos dos, da para pensar que algo grande debe salir de ahí. Suficiente para ser el equipo más alegre del mundial (compara las caras de los jugadores de Argentina con las de la mayoría de otros equipos, incluido Brasil). Ha conseguido ganar sus tres partidos de fase de clasificación holgadamente.
Brasil, precisamente abanderada del juego alegre, lleva unas cuantas citas mundialistas sin ejercitar ese fútbol de ataque tan propio. Digamos que es un equipo 7, pero cuyos entrenadores se empeñan en limar ese carácter superficial para dotarlo de más profundidad y seriedad defensiva. Por lo tanto, saben defender bien, y en cuanto tienen ocasiones te la clavan. Como experimentados (y siempre favoritos), juegan a medio gas cuando pueden, para economizar. Tienen un instinto futbolístico ganador, y sobre todo de juego de ataque, impresionante. Por ahora han ganado sus dos partidos.
Camerún, una de las mejores selecciones africanas, no ha soportado la presión y ha sufrido también de rebelión (con su figura, Samuel Eto’o, criticando las decisiones del entrenador en la prensa – posiblemente con razon). Jugando en África, se esperaba bastante de Camerún, pero ha perdido sus dos partidos.
Alemania, la sobriedad y mecanicidad hecha equipo, ganó con solvencia su primera cita pero cayó en la segunda. Alemania funciona bien cuando todo va según un plan establecido: así ha ganado varios mundiales. Sin embargo, improvisar es algo más complicado para esta selección. Otra favorita que necesita ganar su último partido para entrar a la siguiente fase.
Portugal aparece en este mundial con una gran figura de renombre, el omnipresente Cristiano Ronaldo, que eclipsa a un equipo bien conjuntado que puede dar la sorpresa en este Mundial. Encuadrada en el grupo de la muerte con Brasil (única hexacampeona) y Costa de Marfil (la mejor selección africana), el primer partido con los africanos se solventó con un empate a cero. En el segundo partido, le endosó siete goles a Corea del Norte, recuperando la sonrisa y clasificándose, salvo catástrofe, para la siguiente fase. El partido con Brasil medirá a unos y a otros.
Uruguay termina como primera de grupo, sin ser una selección favorita ni mucho menos. Sin embargo, practica un fútbol sólido y con una gran punta de ataque con Forlán y Luis Suárez, uno viejo, el otro joven, pero los dos con una fe en el triunfo y una entrega envidiables. Forlán ya fue máximo goleador de la liga española con el Atlético el año pasado – y aunque pasa de los treinta, su pasión y ganas de hacer un buen mundial arrasan con todo ello. Me gusta este jugador, Diego Forlán: no es una estrellita y nunca lo pretendió, es un currante imaginativo que trabaja para el equipo y siempre con fe y actitud positiva para lograr lo imposible (para ello está en un equipo acorde, capaz de lo mejor y lo peor, el Atlético de Madrid). La actitud del equipo es positiva. En un grupo difícil, han solventado sus problemas sin perder un partido. Técnicamente, no son excelentes, pero el espíritu de equipo, la unidad, la fe, la lucha y la pasión les van a hacer ser un rival muy difícil.
Creo que por ahora es suficiente. Hay más selecciones interesantes pero se me ha parado aquí la mente, por algo será.