PRINCIPIO DEL DISPLACER: Si quiere Ud. placer tendrá que SUFRIR antes…

En un congreso: dos investigadores presentan sus trabajos en una mesa. Uno de ellos es un colega mayor, viste sencillo, su trayectoria es extensa dentro de instituciones públicas. El segundo es un hombre joven, graduado en no se qué universidad en EEUU. El tema es el mismo y se nota que el graduado en Harvard tiene una mayor facilidad de palabras sin embargo… me doy cuenta de que mi corazón está con el otro. Me sorprendo a mí mismo tratando de hallar más sentido en lo que cuenta, y de atribuirle más mérito. En mi imaginación «es el que la peleó más duramente para hacer una investigación» dentro del sistema público y todos sabemos lo que eso representa: deprivaciones, fallas en la instalaciones, falta de insumos, remarla de abajo, bla bla… en resumen: es“el que más se sacrificó” ese sólo hecho hace que, desde un comienzo, goce de mi simpatía.
Nadie en su sano juicio reconocería abiertamente que desea sufrir, sin embargo, en nuestra cultura, el sufrimiento se ha convertido en un estandarte que parece elevar notablemente el valor absoluto de la existencia de la persona sufriente. Más sufres, más valioso es todo lo tuyo. El grado de sufrimiento es uno de los organizadores de los valores humanos, que, cataloga según su «quantum de sufrimiento» afectando incluso nuestras interacciones sociales para que no sepan que hemos sufrido poco o gozado mucho.
¿Cómo funciona un organizador? catalogando, priorizando y ordenando.
Palabras como: sufrimiento, sacrificio, dolor, esfuerzo… aparecen con connotaciones de “cosa buena”o “admirable” «respetable» cuando son asociados a la vida de alguien. Así quien sufre en silencio, quien se sacrifica, quien padece malos tratos, dolor, tragedias… inmediatamente pasa a lucirlos como si fueran condecoraciones de las que debe estar orgulloso. ¿Por que?, porque ese sufrimiento es reverenciado. Puede sonar absurdo (como tantos otros sistemas de coacción social invisibles) decir que sufrir da prestigio a una persona, pero así es. Como los veteranos de guerra exhiben con orgullo sus cicatrices, nuestras condecoraciones son las desavenencias en nuestras vidas. Cuando usamos nuestros terribles destinos para captar la atención es muy difícil salir de esa dinámica.
Como contrapartida, el placer, el disfrute, la diversión, el ocio serán mal vistos, y sólo estarán permitidos como «compensaciones o pagos”, es decir: el placer, como el celular, es pre-pago. Dicho de otro modo, si te has sacrificado todo el año tienes derecho a una pequeña cuota de placer: tus vacaciones, y lo mismo en relación a otros placeres.
Por todo esto, no provoca igual reacción quien dice en una reunión “estuve el día entero trabajando desde las 6:00 am”, que quien dice “estuve durmiendo y mirando TV”. Todos parecen volverse a mirar a esa persona listos para levantar sus índices y acusarlo. Quizás por eso quien tiene una buena vida es educado para no ostentarla, pues la mayoría de las personas cuentan más sus dolores y sus sacrificios que sus placeres y sus éxitos.
Siguiendo esta lógica, damos más espacio a la rememoración y a la narración del dolor que el que damos al placer. y ese privilegio dado al dolor tiene sus consecuencias. Las neurociencias están demostrando empíricamente que el cerebro reacciona a las narraciones y a las imágenes que creamos tomándolas como realidad. Las escenas que construimos, reconstruimos o imaginamos provocan una reacción en el cerebro. En 1978, José Silva(1), creador del “Control Mental” nos proponía cerrar los ojos, imaginar que entrabamos a la cocina habríamos la heladera y tomábamos un limón. Luego de olerlo imaginábamos cortarlo y morderlo, sintiendo el jugo ácido que se esparce por la boca y debajo de la lengua… Si Ud. lo hace comprobará que su boca se llena de saliva, porque su cuerpo reacciona como si en verdad estuviera masticando un limón.
Conclusión: Lo que imaginamos crea nuestra realidad tanto como lo que percibimos. De hecho la mayor parte de lo que llamamos «realidad» no es más que el resultado de la combinación de algunos datos externos con una gran cantidad de patrones antiguos e información provenientes de la memoria para hacerla coherente… atención digo «COHERENTE» y no «VERDADERA».
Las historias que están archivadas en el cerebro no son necesariamente “verdaderas” pero necesitan ser coherentes. El trabajo de los psicoterapeutas es, en buena medida, comenzar a cambiar esas «historias» que tenemos sobre nosotros mismos; puesto que suelen condicionar nuestras reacciones y actos en el presente. Cambiar la historia es cambiar la respuesta a esa historia. Quiero decir: si siempre me digo a mi mismo que soy malo para las cuentas lo más posible es que mis actos reflejen mi creencia y así cometa muchos errores.
Los estudiosos de la percepción ya han demostrado hace años que hay principios que explican como el cerebro organiza (modifica) lo que percibe para lograr coherencia (2) es por eso que la mayoría de las veces es más importante para la salud mental poder construir buenos recuerdos, en lugar de lograr que todas nuestras experiencias sean buenas aunque no esten «bien recordadas».
Evocar todo el tiempo nuestros peores momentos nos sume en un mundo de sufrimiento y ahi debo diferenciar entre dolor (un tipo de percepción ocasionada por el daño en los tejidos corporales o su equivalente en el mundo psíquico) que es diferente de sufrimiento: la recreación y/o evocación de un hecho doloroso pasado.
El placer tiene más que ver con cómo evocamos esa experiencia además, obviamente, que haya podido ser placentera en su momento. Basándonos en esto podemos pensar que la distribución del placer no es homogénea entre las personas, básicamente porque cada uno gestiona sus propios deseos de una forma única y es esto lo que decide el placer al que accede y tambien cada uno mira su propia experiencia (y la significa) con su propias lentes.
Ya sabemos que:
a) El ambiente no incentiva la experiencia placentera (si bien el marketing promete placer donde no lo hay pero promover el consumo no es promover el placer).
b) Necesitamos ser reconocidos, apreciados, valorizados (vistos) y el ambiente ofrece reconocimiento seguro a través del sufrimiento y el dolor.
c) La culpa, entre otras funciones, aparece cuando creemos que hemos hecho algo que pone en riesgo nuestras inserciones sociales, e inhibe la capacidad de sentir placer, aportando sufrimiento con el fin de ser reconocidos o de no ser condenados.
(…)
La configuración individuo-ambiente es única en cada caso, y, aunque el intercambio entre la persona y su medio ambiente fuera semejante, la forma en que cada individuo siente y se conecta con el mundo que lo rodea, es única. Nuestra cultura parece exigir un “tributo”, o un “impuesto” por cada situación placentera que vivimos. Parece que no tuviéramos derecho a disfrutar si otros no disfrutan y viceversa: que “el otro no tiene derecho a disfrutar lo que yo mismo no me permito disfrutar”.
En este sentido veremos que existen dispositivos tanto internos como ambientales, que apuntan a disuadirnos de experimentar placer y mas aún si no es merecido o si es “transgresor”. Así la culpa, siempre al servicio de este «principio del displacer», también nos sirve para regular la intensidad del placer y poder sentir que los vínculos no son amenazados y continúan vigentes. Por ej.: un hombre confiesa a su esposa que tuvo una aventua amorosa y lo hace llorando amargamente. Espera que el sufrimiento que evidencia desvíe la atención del placer que ganó al tener la aventura, y así que su relación con la esposa continúe. Ciertamente sería otra la escena si el «no evidenciase culpa alguna»
Nuevamente estamos frente al viejo conflicto: ¿qué es más importante para mí:?
1) ¿Agradar a los otros?
2) ¿Ser fiel a lo que siento y obrar en consecuencia, lo que podría resultar en una dosis de placer y desagrado a los otros…
La culpa me facilita ambos, experimentar el placer de hacer algo que quiero y luego sufrir para conservar los vínculos que me condenarían si no sufriera por lo que hice.
Somos seres gregarios, como tales, nuestra subsistencia depende de vivir como parte de un clan, o sea: tener vínculos. Podemos prescindir de muchos de esos vínculos pero no de todos. Necesitaremos conservar algunos. Sabemos que ostentar el propio placer frente al sufrimiento de otros puede poner en riesgo nuestras relaciones a no ser que se trate de personas que si estén en contacto con el propio placer.
Para abrir espacio para el placer en nuestras vidas necesitaremos quizás hacer algunos cambios; por ejemplo: buscar contacto con las “malas compañías” o personas que gusten del disfrute, y no sientan necesidad de pedir permiso, de culparse o de pagar un «peaje» para darse derecho a disfrutar de alguna experiencia placentera.
A su vez sería mejor que las fuentes que proveen placer sean «ecológicas» en el sentido de no ser destructivas para el ambiente, para otros, o para uno mismo. Que no provenga de hacer daño a un tercero o de forzar su voluntad; que podamos asumir la responsabilidad por las propias elecciones, y las consecuencias que puedan derivar el abandono del “principio del displacer”
Asimismo cambiar la narración que hacemos de nuestras experiencias exhaltando, o al menos, incluyendo en igual grado los aspectos placenteros. Esta nueva narrativa creará una vivencia (subjetiva, como toda vivencia) de felicidad que provoca todos los efectos positivos que vienen junto con ella: (incremento en el placer, mejora inmunológica, reducción del estrés, relax, confianza, reafirmación de sí mismo… y otras cosas que le invito a experimentar para decubrir.
Guillermo Leone.
(1) Silva, José; «El Método Silva de Control Mental» Cap 8 pp. 58 «Sus palabras tienen poder» Ed. Diana, 1978, Buenos Aires; Argentina

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(2) ver: http://www.guillermoleone.com.ar/leyes.htm

Fuente: gestalt-blog

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