Por: Pilar Alberdi
Lo curioso de los secretos familiares es que no hay secretos familiares. Si los hubiera no los sabríamos. Se intuyen, se niegan, se esconden, se habla de ellos a media voz. Están ahí, tremendamente vivos.
Ahora bien, ¿qué hay en ese oscuro sótano de los hogares donde se instalan los «secretos familiares»? Allí viven la enfermedad de un ascendiente por una demencia o el contagio de una enfermedad sexual; alguien que estafó a otro/s; mezclas entre personas de diferentes estratos sociales, grupos culturales, creencias religiosas; un asesino; un suicida; un hijo ilegítimo; un aborto; una separación; un/a amante; un divorcio; tendencias sexuales no aceptadas; una adopción; un incesto; un abuso sexual a menores; etc.
Estos son los secretos familiares. Es rara la familia que no los tenga. Generalmente el secreto es conocido por todos los miembros de la familia, aunque puede haber distintos grados de conocimiento.
Para su propia seguridad, el secreto debe mantenerse dentro del alcance de la familia a cubierto de aquellos que podrían juzgarlo, generalmente, el resto de los parientes y la sociedad. A la sociedad es a la que teme el secreto familiar. Es común en estas familias decir: «Lo que pasa en casa no se dice fuera». Y generalmente, la ocultación que intenta proteger a alguien hace daño a otro. Y siempre, siempre, el secreto tiene sus cómplices. Pero de nada sirven éstos, frente al inconsciente de los implicados que de uno y otro modo va revelando los hechos, tan evidentes a veces para todos los miembros de una familia e incluso para aquellos cercanos a la familia, que resulta sorprendente su creencia de que puedan estar ocultos.
Si se me permite la comparación, diré que un secreto familiar tiene algo del preso que llevan a una celda. Esta en compañía de otros presos que saben de su situación. Y alguien ha dispuesto que el lugar correcto para ese secreto sea esa jaula. Pero por más castigos, silencios, barrotes que se intenten poner, lo que está a la vista no se puede negar, por eso, muchas veces se habla de delirios cómplices. Alguien hace como que tal cosa no ha ocurrido y los demás también. Y entonces se multiplica el juego de no ser uno mismo, de no poder ir con la verdad por delante, de tener que jugar a la mentira de otro, todo el día. Sobre este tema Julio Cortazar tiene un relato muy especial titulado La buena salud de los enfermos en donde una familia, por no despertar los demonios de una madre “enferma de los nervios”, va oculltando nuevos hechos. De este modo, toda la familia juega el juego que un día instauró la madre.
En nuestra sociedad hay un terrible deseo de ocultar lo que pasa en las familias. El fenómeno no es nuevo. A quién le gusta tener que decir que su familia es un desastre. A nadie. Uno nace en una familia. Le toca en suerte, ahí se juega su presente y su futuro. Terrible realidad que los antiguos griegos conocían bien. ¡Y qué grandes obras de teatro nos han dado! Edipo Rey, Medea, Electra, Las bacantes, …
Es notable también cómo los secretos familiares cambian según la época. Si hasta ayer era necesario esconder la homosexualidad, hoy que va siendo aceptada, ya no es necesario. Por tanto, me atrevería a decir que cada época marca incluso con sus códigos sociales qué ha de ser y qué no: un secreto familiar. No olvidemos que hasta hace bien poco, una separación matrimonial o un divorcio eran algo ocultable y terriblemente grave todavía para algunas creencias religiosas.
¿A quién hacen daño los secretos familiares? A todos los miembros de la familia, sin duda. En Constelaciones Familiares se dice que por ocultar tales secretos, los hechos, en ocasiones, vuelven a repetirse, y muchas veces, además de un modo dramático. Por ejemplo, resulta bastante común que una hija a la que se le ha pretendido ocultar que ha nacido antes de que sus padres se casaran, repita el mismo hecho, y al hacerlo visible, es como si la parte que se culpaba a sí misma escondiendo aquel hecho, que en su época pudo tener censura personal, familiar o social, quedase redimida; o como si la parte que lo repite en el presente asume con su acto lo sucedido en el pasado (compensación hacia la madre que se quedó encinta antes de casarse), ya sea desde la aceptación o dando inicio a un nuevo secreto familiar que se sumará al anterior. Y que, incluso, podrá repetirse en la siguiente generación.
Cuando el secreto familiar trata sobre abuso sexual a menores, violencia de género, maltrato a ancianos y niños, o incesto, es muy difícil salir de ese círculo en los que los perpetradores consiguen de sus víctimas no sólo su sometimiento y la anulación de su autoestima, sino el temor a delatarles por el “bien general de la familia”.
Bien, esto era lo que, básicamente, quería decir en esta ocasión: no hay secretos familiares, porque cuando hablamos de secretos familiares, por lo general, se trata de temas que están ahí, causan vergüenza propia o ajena. Y es esa vergüenza, la que muchas veces, impide un claro reconocimiento de los hechos, dando como resultado el ocultamiento.
Fuente: PSICOLOGÍA.