La imagen de la silla vacía representa muy bien la enseñanza de Buda y puede ser la esencia de toda enseñanza sobre la espiritualidad. Los taoístas podrían reencuadrar esto y decir que lo que cuenta es la enseñanza, no el profesor. La verdad de este tipo de docencia descansa en sus efectos, en la transformación que puede producir en el que la escucha, más que en la personalidad del maestro.
Debe quedar claro que la enseñanza es básicamente un proceso de grupo, tal vez una revelación.
El aprendizaje viene, en gran medida, de las experiencias del alumno. La gente oye sus propias historias y las de otros, a veces con considerable asombro. A menudo las personas escuchan y asumen por primera vez su propia historia de vida y, después de escuchar, son capaces de curarse a sí mismos al reconocer plenamente, y después de soltar, el trauma debilitante que ellas mismas están perpetuando.
La enseñanza es perenne y toma la forma apropiada en distintos momentos, lugar y culturas.
La premisa es que ser escuchado es ser curado, que pocos de nosotros somos escuchados de forma adecuada, y casi nunca sin juicio y consejo, y que esta escucha es profundamente curativa.
A algunas personas les resulta difícil mantenerse concentrados cuando se trata de compartir con el grupo. Es fácil acusar mentalmente a alguien de «extenderse demasiado». Pero gradualmente se va entendiendo que lo que se oye no es exclusivamente la historia personal de un individuo concreto, sino también la historia del ser humano; y entonces se desarrolla una conciencia potente: el reconocimiento de que la historia de ese hombre o mujer también es mi historia. Poco a poco me voy adueñando de una visión expandida de quién soy, ¡y eso nunca es aburrido!
El poder de este trabajo no reside en la erudición del profesor, sino en la sinergia del grupo. Verdaderamente, el trabajo hace el trabajo. La Inteligencia es prioritaria sobre el intelecto, la experiencia mística sobre el concepto.
La silla vacía
Fuente: Gestalt Terapia