“Y muero porque no muero…! ¡Eterno placeramargo éste del amor! ¡Perpetuo deseo de poseertu alma, y perpetua lejanía de tu alma! ¡Siempreseremos tú y yo; siempre, a pesar de que mis ojosmiren de muy cerca a tus ojos, habrá un espacioen donde cada uno se forme una imagen mentirosa del otro…¿Cómo es posible entender lo que sientes al oír aquella música, si mi alma es distinta de la tuya? ¡Egoísmo amargo éste del amante: Querer ser uno donde hay dos; querer luchar con el espacio, con el tiempo y con el límite!”. Fernando González.
Las canciones, la literatura, el arte, etc., nos transmiten mensajes que pueden dejar de ser meras expresiones de romanticismo y convertirse en esquemas mentales a través de los que algunas personas contemplan su existencia y viven sus relaciones.
Los modelos parentales, los valores, las costumbres sociales y culturales de nuestro entorno participan en la formación de nuestras creencias o esquemas. Ejemplo de ello es la importancia que se le ha dado al “amor romántico” y cómo este ha influído en nuestras expectativas emocionales y maneras de concebir las relaciones íntimas. En este sentido, algunas de las ideas que pueden desprenderse de ello son: el amor surge a primera vista, el amor es ciego, el amor lo puede todo, sólo hay un amor verdadero, el amor implica éxtasis y dolor… Estas ideas mantenidas como esquemas nos pueden hacer mucho daño.
La dependencia emocional se define como un patrón crónico de demandas afectivas frustradas que buscan satisfacerse desesperadamente a través de relaciones interpersonales estrechas. También como la necesidad general y excesiva de que se ocupen de uno, que ocasiona un comportamiento de sumisión y adhesión, así como el temor a la ruptura, separación o abandono. Dicho patrón no permite ver a quien lo padece que la persona más importante en nuestra vida es uno mismo. Algo que podría parecer sinónimo de egoísmo para algunos, puede ser la tabla de salvación del que no ve el mundo a través de sus propios ojos sino por los de otra/s persona/s.
La dependencia afectiva o emocional que algunas personas desarrollan y mantienen a lo largo de su vida constituye un serio y grave problema que afecta significativamente a la calidad de sus relaciones y, sobre todo, a la relación de la persona consigo misma.
Normalmente, relacionamos dependencia emocional con dependencia de la pareja, sin embargo, se puede establecer esa relación patológica con otras figuras (padres, hijos, hermanos, amistades, etc.).
ORIGEN DE LAS ACTITUDES DEPENDIENTES
Nacemos en un estado de dependencia: necesitamos la presencia de otra persona (padre, madre) que se adelante a nuestras necesidades, garantizando nuestra supervivencia. Durante el proceso de maduración, las conductas de dependencia se modifican y aprendemos a manejar las emociones y a tolerar las ausencias y frustraciones. La necesidad de que alguien supla nuestras carencias disminuye gradualmente a medida que el crecimiento nos proporciona madurez y autonomía, pero la necesidad de amar y ser amados permanece a lo largo de nuestra existencia, ligada a la relación con los demás.
Aprendemos también a establecer relaciones gratificantes con otras personas en círculos cada vez más amplios, aumentando así nuestras posibilidades de dar y recibir afecto. Las consecuencias inmediatas de estas relaciones son fortalecedoras de nuestra seguridad y confianza. Sin embargo, este proceso puede verse alterado por diversas causas.
La educación recibida por unos padres excesivamente protectores, rígidos y exigentes o, por el contrario, permisivos, distantes o ausentes, constituye uno de los principales factores que explican que un adulto sea dependiente emocional y que precise de otros que le protejan y alimenten su autoestima. Las manifestaciones de dependencia pueden ser diversas, pero tienen en común que el fin es evitar la angustia que produce la sensación interna de soledad, ya que estas personas no saben tolerar adecuadamente los espacios de “ausencia del otro” ni poseen recursos psíquicos propios suficientes para desarrollarse como seres independientes y autónomos.
Las experiencias que tengamos en nuestra vida y cómo las afrontemos, también constituirán un factor importante que nos predispondrá más o menos a presentar actitudes dependientes problemáticas.
Las personas dependientes no son conscientes de que darlo todo por una persona supone la negación de uno mismo y de los propios deseos y necesidades.
INDICADORES DE DEPENDENCIA EMOCIONAL:
– Baja autoestima.
– Dificultades con la identificación y expresión de sentimientos.
– Déficit en habilidades sociales.
– Necesidad excesiva de la aprobación de los demás.
– Tendencia a establecer relaciones disfuncionales de naturaleza exclusiva y parasitaria, que no llenan el vacío emocional pero sí lo mitigan.
– Miedo al abandono o rechazo.
VENCER LA DEPENDENCIA EMOCIONAL
Es fundamental cuidar la autoestima y cuestionar las creencias irracionales y actitudes erróneas que pueden estar generando el problema. El ocio, el espacio íntimo o individual, las aficiones y relacionarnos con otras personas son los mejores antídotos contra la dependencia emocional.
TENER EN CUENTA:
- En toda relación interpersonal es fundamental definir y respetar el lugar que ocupa cada uno.
- Para el dependiente no es suficiente sentirse amado: tiene que sentirse también necesitado.
- La razón subyacente no es la posesión o el dominio, sino la excesiva necesidad afectiva.
- Las actitudes dependientes de carácter patológico conllevan un malestar para la persona que sufre esta problemática y para quienes le rodean.
- En caso de necesitar ayuda, consulte con un profesional.
No debemos olvidar que nuestra felicidad no depende de otra persona, sólo de nosotros mismos.
Iván Hernández.
Artículo publicado en la revista La Salud.