- ¿Estaba absolutamente embebido en el mensaje? Si me doy cuenta de que algo externo al mismo desviaba mi atención, puedo aprender a ignorarlo para una próxima ocasión (es como si lo conjurara).
- Las cosas que decía ¿significaban algo intenso para mí? Solamente logro que los demás escuchen con atención si lo que digo me interesa mucho contarlo. Necesito que eso que cuento despierte sensaciones dentro de mí, es como si se encendiera una mecha. Esto tiene que ver con la preparación del discurso, igual que el siguiente punto.
- ¿Se puede relacionar lo que digo con cuestiones prácticas y anécdotas o ejemplos? Si me quedo en conceptos (también necesarios), la calidad del discurso baja. La audiencia agradece mucho que se cuenten historias, sean ejemplos o anécdotas, con personas involucradas. Cuando analizo buenos oradores para obtener mejores prácticas, descubro que algunos de los mejores siguen de forma sistemática el ciclo ANÉCDOTA-CONCLUSIÓN-APLICACIÓN A LA REALIDAD.
Estos 3 puntos sirven para que no falte la emoción, la naturalidad y la confianza en el discurso, una combinación poderosa… 3 puntos para reflexionar a posteriori, pues el peor ingrediente para un discurso es un exceso de auto-evaluación durante el mismo.
Fuente: Portal Gallego de Coaching